1965

Año esencial para el escritor que con tres libros se estrena firme y seguro en el mundo de las editoriales. Días sin escuela, muchos años después (2023) será libro por ello lo recogemos aquí.

Excma. Diputación Provincial de León. Instituto Leonés de Cultura. Revista Tierras de León, nº 6, octubre 1965. 650 ejemplares. Páginas 86-102.

Novela corta.

 

Premio en el concurso de novela corta convocado por la Excma. Diputación Provincial con motivo del V Día Provincial de las comarcas leonesas (XI Certamen de exaltación de valores leoneses) dotado con 10.000 pesetas. Le entregaron el premio en el cine “Muxiven” de Villablino.

Más correrías de infancia, esta vez tranquilas y por las calles de León.

 

LO QUE DESEO decir es que yo tenía una espada de madera y quizá aquella fue la última espada del Reino de León. Habíamos llegado a la ciudad en una tarde de calor, en un tren de tercera, por la llanura castellana, hasta que las orillas del paisaje fueron poniéndose verdes, al llegar a la provincia. Cerca ya de la capital, había chopos y álamos en inesperadas formaciones, afilados, cortando la rica brisa del verano en largas rebanadas que entraban por las ventanillas del tren y nos daban en la cara y en el flequillo al otro chico y a mí”.

—¿Tú también te apeas aquí?—Lo que digan mis padres.

No volví a verle el pelo. Era una tarde caliente, como digo, y yo todavía no tenía mi espada de madera, que luego iba a dar mucha guerra por las calles y los solares de la ciudad. Hablo de la posguerra, de niños y días sin escuela, de una capital que iba creciendo y haciéndose en sus hormigones y sus hormigueros humanos, sin que nosotros, atareados en nuestras batallas de palo y pedrada, nos diésemos cuenta de nada. Pero qué rica brisa la de los regatos y los chopos, según llegábamos. Luego, con el tiempo, he respirado otra vez ese algo salobre y purificador que tiene siempre, de noche o de día, la llegada del tren a la ciudad. De madrugada, la luna anda saltando de árbol en árbol, como una lechuza blanca, a medida que el tren avanza, da vueltas y revueltas, y en cuanto uno sale de la estación, ya están los pájaros, si es verano, en todos los árboles, haciendo una fiesta en cada copa verde. De modo que como era el mes de julio, me parece, y el “Portu” nos había llevado los baúles hasta el piso donde convalecía mamá, me estuve en el portal, mirando para la calle, hacia el tenderete del tío de los helados, que lo tenía todo pintado de blanco, como esos coches pequeños de entierro en los que llevan al cementerio a los niños recién nacidos o que nacen ya muertos. Pero no pensaba yo en esas cosas mientras miraba para el puesto de los helados y para la niña que estaba tomándose un polo de limón por allí cerca, sino en que tenía una sed de miedo y me hubiera gustado pedirle a la niña que me dejase chupar un poquito el polo, porque al tipo no lo conocía de nada como para pensar en que me diese un helado al corte fiado, pues ya está dicho que yo acababa de llegar a la ciudad y uno tarda en hacer amistad con esos señores del gorrito blanco de marinero, pero que no son marineros, sino que venden helados, por el verano, a la puerta de los colegios y en los parques infantiles.

—Gracias, señoritu.

 

Última edición: Excma. Diputación de León.Instituto Leonés de Cultura, mayo 2023.


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